Sobre Finca Villa Mercedes
Cuando se nace en una familia productora de café, te des cuenta o no, éste será siempre parte de tu destino.
La producción de café no solo ha impulsado la economía salvadoreña sino que también ha moldeado gran parte de su historia y la vida de muchas familias a lo largo de generaciones. Aún cuando uno cree haber elegido un camino diferente dejando su país y trasladándose a otro continente, aún hablando un idioma diferente y teniendo sueños diferentes, el café seguirá siendo, inevitable e ineludiblemente, parte de tu destino y no te dejará libre hasta que lo acojas con el mismo entusiasmo y la misma pasión de tus antepasados.
Como en una novela de realismo mágico, es la historia que se repite; la voz y la risa de tu abuelo, los recuerdos de infancia que cobran vida con el olor acre de la pulpa de café regresándote a las largas caminatas en las montañas con ocho perros y siete primas y las inevitables caídas en los caminos resbaladizos. Los perros callejeros, flacos y veloces, que atraviesan tu camino, los hombres con sus machetes listos para el trabajo, las mujeres con sus cargas de agua o leña en la cabeza con sus niños pequeños caminando detrás de ellas tratando de mantener el paso. Las emociones y sensaciones de la vida entorno a una plantación de café, tan dolorosas y hermosamente diferentes.
Es solo una cuestión de tiempo hasta que te rindes al hecho que ha llegado tu turno de cuidar de esa tierra, de protegerla y aceptar la responsabilidad de ser parte del sustento de una pequeña comunidad que depende de tus decisiones y de tu determinación en seguir adelante. El respeto y la admiración por las personas cuyas vidas dependen del ciclo y de la cosecha del café, el asombro ante esas plantas tan generosas y resistentes, te obligan a aceptar tu legado, a abrazar tus raíces y dar un salto de fe para continuar la tradición familiar de producir café. El café, esa maravillosa planta cuyos frutos y semillas tocan tantas vidas, desde un pueblo remoto parecido a Macondo hasta los cafés bulliciosos y a la moda de las ciudades cosmpolitas del mundo.
Cuando mi tatarabuelo, Marcial Morán, terrateniente y cafetalero de Ahuachapán, El Salvador, y su esposa Mercedes murieron, dejaron todo lo que tenían a Rafael, hijo natural de Marcial y Tránsito Herrera, una mujer que vivía en el cercano pueblo de Concepción de Ataco, conocido simplemente como “Ataco”.
Mercedes, la esposa de Marcial, nunca pudo tener hijos así que crió, amó y educó a Rafael como si fuera suyo. Rafael se convirtió en abogado y alcalde de Ataco y siguió cultivando café durante toda su vida, aún cuando se había vuelto algo “extravagante” debido a un golpe en la cabeza de una caída de caballo. Rafael murió en el 1940 y por muchos años después de su muerte la gente de Ataco juraba que aún se le veía de noche galopando en su caballo blanco por los cafetales. Sí, lo sé. Realismo mágico.
El hijo mayor de Rafael, René Herrera Morán, era mi querido abuelo, un hombre delgado, alto y carismático con una risa contagiosa y una gran capacidad de disfrutar la vida y hacer amigos. Vivía en Ataco la mayor parte del año pero después de la cosecha regresaba a San Salvador, la capital de El Salvador, y viajaba por América Latina como Embajador del Café. Fue miembro de la Asociación Cafetalera de El Salvador y representó al país en muchas conferencias internacionales y él también, como su padre, sirvió a su pueblo como alcalde de Ataco.
Su amor por el café y especialmente por sus plantas de Borbón Rojo era inmenso. Su orgullo por su tierra, su amor por sus cultivos, su respeto por la comunidad y su preocupación por el futuro del café eran su pan de cada día.
En el 1980, al comienzo de la guerra civil, mi mamá y yo nos trasladamos a México. La guerra y la violencia estaban devastando El Salvador y mi madre, Ana Eloísa Herrera Schlesinger, una joven abogada, hermosa y luchadora (y la mayor de 3 hijas), vio “desaparecer” algunos amigos y familiares y decidió dejar el país. Volvía a El Salvador solo de vez en cuando pero cuando mi abuelo falleció, casi al final de la guerra, dejó de lado su carrera para hacerse cargo de los cafetales.
Yo viví y disfruté la Ciudad de México durante 4 años y después de graduarme ahí, me vine a Italia de vacaciones adonde un italiano, con el típico "Ciao, bella!", me convenció a pensar en quedarme aquí para siempre.
En Italia es donde me casé, donde tuve a mis 2 hijos, en donde me divorcié y donde comencé a trabajar en cine en el 1989 como coordinadora de producción en la película "El Padrino III". Sí, el Padrino III, no el I ni el II. ¡Soy vieja pero no tanto!
Después de la película de Coppola vinieron muchas más. Un torbellino vertiginoso que me llevó a viajar por el mundo y me mantuvo ocupada durante muchos años. Los recuerdos de mi infancia quedaron arrimados en el fondo de mi mente y de mi alma. La crisis del café y la guerra contra la roya ya no eran más que conversaciones distantes.
Mi madre falleció repentinamente a los 57 años. Yo tenía 35 y mi mundo se detuvo momentáneamente. ¿Cómo podía ocuparme y cuidar de mi tierra y de mi café viviendo en Europa, trabajando y criando sola a dos niños? No podía. Mis dos tías se encargaron de mi café. Con gusto, y con mucho agradecimiento, les concedí todas las decisiones para yo poder seguir "salvando el mundo" en el "glamoroso" ambiente del cine.
En unas vacaciones de verano en El Salvador - mis hijos eran ya grandes y se habían mudado al extranjero siguiendo su propio camino - mientras caminaba por mis cafetales vi que había cada vez menos plantas de Borbón. Habían sido reemplazadas por muchos frondosos Catimores de aspecto saludable. Los amados Borbones de mi abuelo prácticamente habían desaparecido. La esencia de las plantaciones de mi abuelo había sufrido una drástica transformación.
De regreso a la finca, charlando con mis tías con una taza de café (¡con gusto a hule!) de nuestros nuevos Catimores, les pregunté el porqué de ese cambio de variedades tan radical. Me explicaron que la roya del café era demasiado fuerte y controlarla era muy caro y por lo tanto habían decidido recurrir al Catimor, más fuerte, resistente y altamente productivo. Los precios del café eran tan bajos, me dijeron, que era imposible invertir en Borbón o cualquier otro café de alta calidad. Demasiado caro y demasiado arriesgado.
En ese instante prometí devolver la calidad a mis fincas y prometí volver a producir y tomar ese café dulce con notas de chocolate y mantequilla que recordaba de mi infancia.
Ahora que mis hijos eran independientes, no tenía más excusas para no estar al frente de mis fincas y hacerme cargo de mis cafetales.
Han pasado más de 5 años desde que tomé esa decisión. Después de muchas ferias, muchos cursos y mucho estudio, he ido transformando lentamente algunas de mis fincas a Borbón Rojo, ese clásico salvadoreño que, al igual que una camisa blanca, nunca pasa de moda. Ese café salvadoreño por excelencia volvería a ser el símbolo de mis fincas.
Era lógico comenzar este viaje de redención hacia el café de calidad con Villa Mercedes, una pequeña pero significativa finca de café llamada así en honor a la esposa de mi tatarabuelo – Mercedes - la mujer que tan desinteresadamente dio todo su amor y sus pertenencias al hijo natural de su marido. Era lógico comenzar la transformación donde comenzó nuestra herencia familiar. De la misma manera, era lógico comenzar mi viaje de regreso al Café de Calidad honrando el legado de mi abuelo al continuar produciendo su café favorito.
Villa Mercedes es ahora una exuberante plantación de 2.5 manzanas, 1300 msnm, completamente plantada con Borbón Rojo. Su suelo fértil y su café de sombra, su abundante flora y fauna habían esperado pacientemente a que se les tratara nuevamente con la dignidad que merecían.
Poco a poco estoy aprendiendo y transformando mi tierra para volver de nuevo al café de calidad. Comenzando con Villa Mercedes, un oasis de Borbón Rojo, siguiendo con Santa Luciita, donde estoy sembrando Kenya, con la intención de llegar a transformar al menos 10 de las 38 manzanas con café de especialidad.
Debido a la crisis del precio del café, muchos productores han abandonado sus tierras porque el café ya no es rentable. Los bancos han confiscado muchos cafetales pues los dueños no logran pagar sus préstamos o han vendido sus tierras a precios ridículos a especuladores deseosos de construir residencias privadas, hoteles o restaurantes. La zona, por su clima fresco y verdes montañas, se ha convertido en un importante atractivo turístico por lo que cada vez conviene más convertir los cafetales en lugares para turistas. Los alquileres en el centro de Ataco han alcanzado precios muy elevados, obligando a mucha gente a mudarse.
Mis cafetales se encuentran cerca de una de las mayores reservas de agua de El Salvador. La escasez de agua está aumentando debido a la disminución de los bosques y a las construcciones en constante crecimiento. El cambio climático y las temperaturas más cálidas, en parte debidos a la deforestación de la zona, están poniendo en peligro la fauna y la flora local, incluyendo el café.
Tendemos a estar desconectados de los orígenes y de las realidades de nuestros alimentos y bebidas. Debemos entender que la trazabilidad es fundamental. Debemos entender que ya no es una opción, sino que una obligación, comprar de manera consciente, responsable y sostenible, ya que es la única arma que nosotros, como consumidores, tenemos para generar un impacto positivo en el mundo. Como productora de café, puedo solo comprometerme a cultivar mi café de manera sostenible ayudando al medio ambiente local a florecer y a la economía local a prosperar y esforzarme, al mismo tiempo, por ofrecer la más alta calidad posible.
Espero que algún día, las nuevas generaciones de la familia vuelvan también a sus raíces y sientan la necesidad de cuidar de su tierra aportando todo lo que han aprendido y todo en lo que se han convertido viviendo en tierras lejanas.
Detalles
TAMAÑO: 2.5 manzanas (approx. 6.177 acres)
ELEVACIÓN: 1300 msnm
VARIEDADES: Borbón Rojo
PROCESO: Lavado
PERFILES DE SABOR: Caramelo y Chocolate
UBICACIÓN: Concepción De Ataco, Ahuachapán
COOPERATIVA: N/A
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